Voy a hablaros sobre una experiencia que tuve, muy corta pero muy intensa, con un alumno que padecía algún tipo y grado de autismo, su inclusividad y el miedo a las etiquetas. Mis palabras están escritas con muchísima subjetividad, una experiencia muy puntual y sobre todo, con una fuerte intención: compartir mis inquietudes docentes para poder formar una opinión con otros maestros, profesores y padres con el fin de mejorar. De esta forma, si me toca una vez más hacer frente a una situación así, podré darle al alumnado una mejor experiencia en las aulas que la que compartimos ese día.

Verano de cómic.
En el verano del 2019, llegó a mi clase un alumno que tenía algún tipo y grado de autismo. Pero esto lo sé porque me lo comentaron al terminar mi jornada, no antes de entrar en el aula. Información que hubiese, tal vez, cambiado mucho el devenir de los acontecimientos que estaban apunto de suceder. Esa mañana de verano, impartía talleres de cómic de dos horas en un centro de enseñanza. Los grupos iban variando en su número de miembros y esta vez, me tocó uno bastante grande, de alrededor de 15 estudiantes, cuya edad oscilaba entre los 7 y los 13 años. Es un grupo grande teniendo en cuenta que hablamos de centros privados de clases extraescolares y no suelen superar los 8-10 niños por aula.
Antes de entrar en el aula me presentan a uno de los escolares a quien han tenido que llamar la atención varias veces esa mañana pero que han estado hablando y no se volverá a repetir. No me cuentan nada más sobre él pero sería el protagonista de los acontecimientos. Vamos a llamarle “L”. Entramos. Presento el taller y desde el principio no quiere acceder a realizarlo. Pero no solo eso, molesta constantemente a los compañeros/as impidiendoles desarrollar el taller con normalidad. La tensión en las aulas va subiendo. Los jóvenes comienzan rumorear sobre “L” que reacciona aumentando su agresividad.

Durante la primera hora realizamos un par de talleres. No consigo que en chico acceda a participar en ninguno. Así que pasa esta hora sin hacer nada y tratando de molestar a sus compañeros. La tensión sigue subiendo y sus compañero comienzan a cruzar amenazas con él. Endurezco mi actitud hacia ambos bandos porque, es verdad que el chico los estaba molestando mucho pero, los niños todavía no han desarrollado habilidades para canalizar la frustración y utilizan la violencia muy rápido para superarla. Les pido que por favor, se dirijan a mí para comunicarme los problemas, dejándoles muy claro que yo soy la que mediará en esta situación. Les insisto que ignoren al chico y que yo estaba tratando de buscar la forma de integrarlo.

La segunda hora.
Con el paso del tiempo todo fue a peor. Los niños ya no se contenían a la hora de contestar a “L”. Yo veía que algo no estaba yendo bien con él pero, eso los niños no lo perciben. Así que pierden la paciencia y comienzan los descalificativos. Propongo un nuevo taller y, consigo que por primera vez, aparentemente, que “L” participe. Me relajo, me centro en explicar una duda de uno de los alumnos y de repente, comienzo a escuchar gritos de los estudiantes que me llaman. Cuando levanto la vista, veo a «L» tijeras en mano amenazando a otro estudiante. Son tijeras infantiles pero podría hacer daño si quisiera.
Me invade una ira horrible por dentro.
Cojo la caja de las pinturas, la yergo hacia el niño despacio y con una expresión de mucho enfado y un tono muy duro le digo: “pon las tijeras en la caja”. Me mira con una expresión diferente. Ya no es su mirada de sorna. Ahora su mirada hacia mí es de respeto. Repito la orden por segunda vez y deposita despacio las tijeras en la caja.

A partir de aquí ya no tengo recuerdos claros. Supongo que la adrenalina me invadió porque no consigo saber como finalizó el taller. Si recuerdo comentarle al director del centro y a otro profesor todo lo ocurrido. Fue entonces cuando me comentaron que la abuela del niño, les comunicó que “L” padecía algún grado de autismo. También me comentaron que no sabían con seguridad si realmente su actitud es por autismo o por complicaciones familiares. A veces los padres y madres auto diagnostican a sus hijos (Internet reparte carnets de medicina para todos, al parecer).
Desde la llegada de «L» al centro, mis compañeros observaron que el pequeño pasaba la mayor parte del tiempo con su abuela y notaron cierta permisividad con el comportamiento del niño. Y aunque el chico tiende a mostrar esta actitud irreverente hacia los demás, responde a la firmeza -lo que explica por qué soltó las tijeras cuando se lo pedí- y tenían dudas sobre el diagnóstico de autismo que la abuela le había comunicado a los responsables del centro de enseñanza.

Etiquetas negativas.
Tras la explicación que el centro me transmitió, les comenté que hubiese sido una buena idea que me lo hubiesen comunicado antes de comenzar el taller; de esta forma, podría habérselo comentado a los alumnos y hubiesen tomado una actitud mucho más comprensiva con él. Pero me dijeron que por inclusividad y para trata de evitar que los alumnos se cuelguen etiquetas, no se podía compartir este tipo de información con los demás. Su respuesta me descolocó un poco porque, tal y como yo lo veía, si los compañeros de este chico tuviesen de antemano esta información, hubiesen gestionado su frustración hacia él de otra forma. Y yo también.
Y a partir de aquí comparto una reflexión que pueda que sí o no, esté equivocada. Ya me contaréis. No lo comparto como sabiduría sino como un aprendizaje que quiero completar. Y aquí va mi pensamiento: no considero las etiquetas como algo malo per sé. Todos tenemos etiquetas pero lo importante es no añadir al lado una etiqueta negativa. No es malo que en un aula sepan que un niño tiene una dificultad añadida.
La integración no está en saberlo o no, está en no añadir dobles etiquetas asociadas a algo negativo. Etiquetar negativamente.

Merecen más.
Teniendo la información necesaria sobre nuestros alumno se pueden desarrollar convivencias sanas en el aula. Si no tenemos ningún tipo de información, no sabremos cómo actuar y las situaciones que vivimos nos arrastran sin ningún tipo de control. Un niño con dificultad absorbe el 90 % del tiempo de una clase ¿Acaso merece menos? Es alguien que requiere de personal con conocimientos y formación específica con las herramientas necesarias para ayudar al niño. Tratar a alguien de forma diferente no es bueno ni malo siempre y cuando sea para ayudarle a conseguir sus objetivos. Y aunque no lo creamos, tratar a esa persona por igual cuando merece más de nosotros, es una forma de discriminación.
Ingregracion a base de forzar una situación, genera malestar para todos. Incluido el niño. No lo estamos integrando, lo estamos embutiendo en una situación que se escapa absolutamente a su control, a la de sus compañeros y sobre todo, a la de los profesores. Todos los niños son diferentes y destacan en algo, lo importante es tener ese conocimiento y darle lo que necesita. La integración no tiene que ver la alienación sino con una sociedad que, siendo consciente de sus diferencias, son capaces de construir un mundo juntos.
