Gritos del viento golpean contra mi ventana.

Se arremolinan en ella y se retuercen.

Pero no debo abrir la ventana.

No puedo dejarlos pasar.

Es peligroso.

Una vez entran,

se pierden en el interior,

lo destrozan todo por dentro

sin dejar nada en pie a su paso.

No dejo de escucharlos.

Las ventanas tiemblan,

los árboles se doblan

y su voz se levanta cada vez más,

en gritos de dolor y espanto.

Miro hacía afuera sintiéndome a salvo;

pensando que pronto pasará.

 En realidad, no lo sé con certeza.

¿Cuánto puede durar un temporal?

¿Dos días, tres semanas, cuatro años?

Es posible.

Aunque este no es el primero;

y tampoco será el último.

Vendrán más y,

tras el largo viaje de más allá de los océanos,

aporrearán en mi ventana

con fríos gritos de terror y clamor.

como si yo pudiese hacer algo

por calmar sus penas.

Pero abrir la ventana

solo dará un espacio más a gritos del viento

contra lo que batirse y retorcerse.

Y luego, ¿Qué?

¿Quién oirá mis gritos entre todos los gritos?

Será un ruido sordo para quién no quiera oírlos.

 

 

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