En mi casa vivíamos ocho personas: mis padres, sus cuatro hijos, un yerno y una nieta. Cada día, salíamos de casa a diferentes horas y lugares. Y a la vuelta, traíamos una historia en común: La Señora Peregrina.
Así llamábamos a una vecina del pueblo, dicharachera y sociable, con quien nos encontrábamos al salir o llegar a casa. A lo largo del día, fuesen las siete de la mañana o las nueve de la noche, nos cruzábamos con ella andando por las calles del pueblo.
–Onde ides, rapaces? De donde vindes? (¿A dónde vais, chicos? ¿De donde venis?)- Preguntaba indiscretamente.
Fuese por su confianza o por su carácter afable, La Señora Peregrina ya se sabía toda nuestra vida; y sin querer, nosotros sabíamos la suya. La relación era así de efímera: un breve encuentro en la calle contándonos fugazmente nuestras cosas. En una familia como la nuestra dispersa por las obligaciones que cada uno contrae con su vida, ella era nuestra historia en común.
La Señora Peregrina llenaba nuestra cocina de sonrisas cuando la veíamos pasar camino arriba, camino abajo: -¡Ahí va La Señora Peregrina!– decíamos. Nos caía bien. Era un personaje de pueblo con el encanto de tener una característica propia y única: sus largos paseos por los caminos hablando con todas las personas que se iba encontrando.
Por supuesto, había una razón. El médico le dijo que tenía que cuidar su corazón porque lo tenía muy delicado, por eso le aconsejó que paseara mucho. La Señora Peregrina se lo tomó a pies puntillas: lloviese, a cero grados o con un sol asfixiante, cada día salía a pasear. Por eso fue tan fácil darnos cuenta el día que la dejamos de ver y empezamos a sentir el fantasma de su ausencia. Mirábamos por la ventana esperando verla pasar.
Hablando con los vecinos, nos contaron que tuviera un infarto cerebral muy grave y que su ingreso era permanente. Ahora, caminamos por las calles del pueblo esperando cruzarnos con ella. Cuando paseamos por la villa, recordamos con humor a la señora risueña que nos preguntaba por nuestras vidas y nos contaba todo sobre ella. Y aunque un día nos dijo su nombre, con mucho cariño y respeto, siempre la recordaremos como La Señora Peregrina.