Me hago vieja. Ya no hay esperanza para alguien como yo. Me debato entre el principio de una nueva vida o el fin. ¿Qué más puede ir peor? Sin trabajo, sin dinero, a cuestas con la vieja familia. Yo quería irme con él, casarnos y formar nuestra propia familia. ¿No era eso de lo que trataba crecer y madurar? ¿Sabes? Si alguna vez me creí la mejor fue porque él lo dijo. Pero se equivocó: vio en mí lo que podría haber sido.

Sin ninguna oportunidad, era difícil saber qué hacer. Decidiera lo que decidiese, le perdería. Mi futuro no era para nosotros. Estuve años buscando una salida: tenía esperanza, tenía fuerza y muchísimas ganas de triunfar. Durante mucho tiempo creí que lo conseguiría. Él era mi apoyo incondicional. Con el todo era más fácil.

Ojalá pudieras responderme, abuela. Llenabas de esperanza los rincones de mi alma. Seguramente no sabrías la respuesta a mis dudas, pero harías un bizcocho para acompañar a la taza de café caliente y olvidar las penas. Para ser la mejor, no hay que creérselo, hay que serlo. Y con algo tan sencillo, tú lo eras.

 

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