Cuando estaba en el colegio entre amigos/as de nuestra generación, compartía mis aficiones con las de ellos y estas crecían con nosotros. Intercambiábamos intereses entre largas charlas, debates, discusiones, frenéticas actividades y búsqueda de información en la televisión y revistas ¡Teníamos una pasión y disfrutamos juntos! Con el paso de los años y la llegada de Internet, esta forma social de relacionarse ha cambiado. Cuando a un joven le interesa algo, busca en las redes sociales a alguien que comparta el mismo interés. Y lo sigue. Son seguidores que siguen a seguidores. Con tan solo saber que esa persona tiene los mismos intereses que ello, ya son felices. Sienten que han compartido una parte de ellos que adoran pero ¿es eso así? ¿Han compartido algo realmente?
Compartir en el mundo real.
Internet es un universo con un gran muro transparente: estás y no estás, se ve y no se ve, lejos y cerca. Compartes y no compartes tus aficiones. A través de chats, mensajes y stream, te comunicas con personas que comparten intereses como el tuyo pero, si ten encuentras con alguien que no comparte ese interés, siempre puedes banearlo, cerrar el directo, apagar el chat e irte.
Internet es una cómoda ventana para únicamente encontrar personas que comparten y disfrutan de igual forma nuestros mismos pasatiempos. Están emocionalmente a salvo.
El mundo real es mucho más exigente y emocional, si compartes algo y te encuentras con alguien que no tiene tu misma visión, tu burbuja se rompe y te define con una experiencia emocional más fuerte. Hablamos de generaciones que han desarrollado sus primeras experiencias compartiendo sus gustos en la vida real y cara a cara con otros aficionados con los que han tendido que confrontar puntos de conflicto.
Conflictos que las nuevas generaciones evitan fácilmente detrás de una pantalla. Una parte de mi les entiende; no compartir tus intereses con alguien que discute no siempre es una una vivencia reconfortante si no hay respeto ni comprensión. Algo que no abunda en la adolescencia, una edad donde la parte racional escapa de control.
El lado equivocado.
Uno de estos recuerdos agrios, corresponden a mis clases de bachillerato. A esa edad, tus gustos se van alejando poco a poco de mainstream y empiezas considerar opciones alternativas. Un día, una compañera clase y muy amiga mía, estaba en un descanso escuchando música y un compañero se burló de su gusto musical. Me enfadó mucho la burla de mis compañeros pues, entre los profesores nos consideraban un grupo de estudiantes respetuosos con los profesores, tolerantes e inclusivos.
Sin embargo, lo que no sabían era que entre compañeros, si tus gusto no coincidían con los del grupo principal de clase, te etiquetaban como ridículo. En la adolescencia está muy presente el “sentido del ridículo” como forma para diferenciar lo que está bien de lo que no y asegurarse así estar en el lado correcto ¿os suena de algo esto? Es el mismísimo Twitter ahora mismo. Tal fue mi enfado que decidí denunciarlo públicamente y de forma anónima para hacerles ver a mis compañeros de clase que ellos no estaban en el lado de los buenos. Eran los malos y no se merecían ser tan apreciados por los profesores. A día de hoy, me arrepiento de ese acto porque, mi compañera supo defenderse de ellos y más tarde me dijo que a ella de la daba igual.
Con los años me di cuenta de la personalidad fuerte y definida que tenía mi amiga.
Seguidores y seguidos.
Sé que desarrollar la experiencia de compartir en la vida real no siempre es fácil. A veces hay que lidiar con mucha frustración y desengaño pero ¿Cuál es la otra opción? ¿ Pasaros la vida escuchando los gustos e intereses de los demás sin tu compartir vuestros? No siempre podréis vivir una experiencia bonita pero, al no hacerlo también os perderéis todos esos momento en los que podréis emocionaros en persona contando algo que os importa con alguien que os importará cuando paséis de ser seguidores, a convertiros amigos/as.